El amor no duele
Uno anda poniendo el cuerpo y el alma en puertas vacías que nunca van a abrirse.
Jugando a la ruleta rusa con los propios sentimientos, entregando un tiempo que nunca más va a regresar.
Hay puertas que no se van a abrir aunque uno se clave días esperando que suceda.
Batallas perdidas antes de jugadas. Desafiando corazones que no están dispuestos a ser disponibles. Exponiendo y entregando un alma a quien no tiene las manos para recibirla.
Pero uno espera igual.
Prefiere saber que hizo todo lo posible antes de ser detonado por la certeza de lo imposible.
Sí. Hay cosas imposibles. Y cuando el otro no está, cuando el otro no quiere, no puede o cuando esa puerta ni siquiera tiene llave, eso se vuelve imposible.
Aceptar es liberarse.
Es saber que uno puede ser recibido en una fiesta a la que sí fue invitado. Que si no es allá, entonces puede ser acá. Y que sino es ése alguien, entonces será con otro alguien más.
Aceptar no es rendirse.
Rendirse es bajarse en medio de la pelea.
Pero cuando no hay pelea, cuando no hay con quién, aparece la peor batalla del mundo de los dolores: la batalla con uno mismo.
Y en esa guerra uno se mata a palos.
Se destruye.
Se permite violar las reglas que no negocia con nadie. Uno se regala para matarse. Y no para. Y sigue ahí, al pie de un cañón que ni siquiera lo miró.
Hay guerras que se juegan de a uno y se sabe de antemano quién va a perder. Y sin embargo uno sigue. Juega con uno mismo. Entrega la cabeza sabiendo de antemano que será decapitada. Y cuando todo termina, vuelve a casa con la mitad de lo que se fué. No se trajo nada. Dejó todo. Se dejó a uno mismo. Se perdió en el camino. Lo dió todo a cambio de nada.
Se mira al espejo y ve heridas que antes no tenía. Raspones que no recuerda de qué parte vino el golpe. Sangre que chorrea sin poder discernir de qué agujero está cayendo.
Uno se mata por cosas imposibles, comprando viejos relatos que garpan sólo a quien los vende, empujando a uno a un abismo donde no hay nadie que nos ataje.
No todo es posible. Cuando no hay amor, nada lo es. Y el amor es la única cosa en este mundo que no se rema. No se insiste. No se apura.
El amor sucede.
Jugando a la ruleta rusa con los propios sentimientos, entregando un tiempo que nunca más va a regresar.
Hay puertas que no se van a abrir aunque uno se clave días esperando que suceda.
Batallas perdidas antes de jugadas. Desafiando corazones que no están dispuestos a ser disponibles. Exponiendo y entregando un alma a quien no tiene las manos para recibirla.
Pero uno espera igual.
Prefiere saber que hizo todo lo posible antes de ser detonado por la certeza de lo imposible.
Sí. Hay cosas imposibles. Y cuando el otro no está, cuando el otro no quiere, no puede o cuando esa puerta ni siquiera tiene llave, eso se vuelve imposible.
Aceptar es liberarse.
Es saber que uno puede ser recibido en una fiesta a la que sí fue invitado. Que si no es allá, entonces puede ser acá. Y que sino es ése alguien, entonces será con otro alguien más.
Aceptar no es rendirse.
Rendirse es bajarse en medio de la pelea.
Pero cuando no hay pelea, cuando no hay con quién, aparece la peor batalla del mundo de los dolores: la batalla con uno mismo.
Y en esa guerra uno se mata a palos.
Se destruye.
Se permite violar las reglas que no negocia con nadie. Uno se regala para matarse. Y no para. Y sigue ahí, al pie de un cañón que ni siquiera lo miró.
Hay guerras que se juegan de a uno y se sabe de antemano quién va a perder. Y sin embargo uno sigue. Juega con uno mismo. Entrega la cabeza sabiendo de antemano que será decapitada. Y cuando todo termina, vuelve a casa con la mitad de lo que se fué. No se trajo nada. Dejó todo. Se dejó a uno mismo. Se perdió en el camino. Lo dió todo a cambio de nada.
Se mira al espejo y ve heridas que antes no tenía. Raspones que no recuerda de qué parte vino el golpe. Sangre que chorrea sin poder discernir de qué agujero está cayendo.
Uno se mata por cosas imposibles, comprando viejos relatos que garpan sólo a quien los vende, empujando a uno a un abismo donde no hay nadie que nos ataje.
No todo es posible. Cuando no hay amor, nada lo es. Y el amor es la única cosa en este mundo que no se rema. No se insiste. No se apura.
El amor sucede.
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